Apenas estábamos aprendiendo a discutir/ Ángel Dorrego
Apenas estábamos aprendiendo a discutir/ Ángel Dorrego
Opinión de Ángel Dorrego.- Durante esta semana, el comunicador Víctor Trujillo se volvió el blanco de los ataques en las redes sociales debido a que criticó con dureza, y con el lenguaje ampliado que le permite las nuevas plataformas de comunicación, las conferencias de prensa matutinas del presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, arguyendo que existía preparación y preguntas a modo en su desarrollo. Lo hizo interpretando a su personaje más famoso, el payaso Brozo, el cual pasó de ser el centro de sketches cómicos en los años ochenta del siglo pasado, a conductor de programas de entretenimiento para luego devenir en conductor de noticieros matutinos, volviéndose relevante en el mundo del periodismo político debido a la brutal sinceridad de su alter ego, su estilo fresco para dar las noticias y el contraste que presentaba contra el acartonamiento de su competencia. Fue tendencia, y como todo el que llega a ese lugar, luego dejó de serlo. Después de estas críticas al titular del ejecutivo, se le vilipendió por su pasado laboral en Televisa, por el declive de su popularidad o se supuso que su agresividad hacia el nuevo gobierno se debía a que ya no recibía canonjías como en gobiernos anteriores. Pero con una nula tendencia a demostrar que no había prefabricación en las llamadas “mañaneras”.
Esto es típico de lo más rancio de nuestra cultura autoritaria. Quizá a los lectores más jóvenes no lo hayan vivido, pero antes estaba tácitamente prohibido debatir. Era de mala educación, de mal gusto. Incluso, ante el atisbo de una conversación polémica, algún guardián de las buenas conciencias irrumpía para recordar que jamás se debía discutir de política, religión y futbol. Porque estos temas siempre subían de tono hasta que los partícipes de la conversación pasaban al insulto, la descalificación y, en casos extremos, a la agresión verbal o física. En resumen, éramos de naturaleza intolerante y, por ende, autoritaria; pues en las discusiones terminaba imponiéndose la jerarquía por sobre cualquier otro principio.
Nuestro devenir en la búsqueda de transformar nuestra sociedad y sistema político en un régimen democrático en las últimas décadas del siglo pasado y el principio de éste nos llevaron a lograr vías de convivencia entre distintas cosmovisiones en una sociedad que se acepta como diversa. La más simple, pero fundamental, reside en poder conversar de temas polémicos con nuestro círculo social inmediato sin que esto termine en una confrontación más allá de las ideas. Se trata básicamente de contrastar ideas y argumentos de forma civilizada, no con el fin de convencer al adversario de debate de que tenemos la razón, sino demostrar que tenemos mejores argumentos para sustentar nuestras ideas. Sin embargo, en los últimos años nos hemos metido en un proceso de polarización alimentado por nuestra clase política, que lleva varios años haciéndonos creer que en cada elección se juega el futuro fundamental de nuestro país y que se toman los procesos electorales como si de las victorias o derrotas se fuese a derivar el fin del mundo, y no como si se estuviera compitiendo por la titularidad de cargos en la administración pública que, además, tienen fecha de caducidad.
Pero no podemos esperar que haya políticos prudentes, contenidos, moderados, respetuosos, incluyentes y tolerantes en una sociedad que parece antagónica a estos valores. ¿De dónde esperamos que salgan? Por eso es labor de nosotros, los ciudadanos, hacer del arte de debatir un deporte limpio. Escoja usted si quiere ser un esgrimista que tire patadas y puñetazos por la vía de descalificar al autor de la idea por cualquier defecto que pueda encontrarle o por restregarle lo más cuestionable de su pasado, que acusa de ignorante al que no cree lo que usted, que descalifica ideologías por fobias personales o cree que los demás son corruptos por apoyar a quien usted califica como tal; o quien sabe utilizar el florete para neutralizar los ataques del adversario por la vía de la información, mientras introduce sus ofensivas con razonamientos que superan la lógica del adversario y los sustenta con datos verificables. En este punto es en el que el debate se vuelve un arte. Desgraciadamente, estamos renunciando a ser los artistas.
Por Ángel Dorrego
Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Puedes contactar a Ángel Dorrego en el correo: adorregor@gmail.com