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Muertes en el país donde nadie se equivoca: Ángel Dorrego

Muertes en el país donde nadie se equivoca

Por Ángel Dorrego.- Hace poco se suscitó un terrible atentado en un bar de Coatzacoalcos, en el estado de Veracruz, en el cual 30 personas han fallecido, ya sea por las balas o por las consecuencias de que el lugar fue incendiado por los perpetradores de la masacre. Llegaron a eliminar a cualquier persona que estuviese dentro del local. Ante un crimen tan violento, uno esperaría una respuesta extraordinaria de las autoridades. Sin embargo, lo que obtuvimos fue al gobernador morenista de la entidad federativa, Cuitláhuac García, declarar que el autor de los ataques había sido detenido en julio por las autoridades estatales, pero que la Fiscalía General del Estado (FGE) lo había liberado 48 horas después. El presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, repitió en una de sus conferencias de prensa matutinas lo dicho por su compañero de partido, pidiendo que se indagara la corrupción que había permitido que este hecho sucediera. La FGE demostró ese mismo día que la detención y liberación del individuo en cuestión fue por parte de la Fiscalía General de la República (FGR). ¿Y qué ha pasado con la investigación, detenciones, recuperación del territorio y demás tácticas de presión y disuasión para evitar que Veracruz se siga desangrando? En espera de que las autoridades terminen con su pleito interno.
El problema deviene de la reforma en la cual los gobernadores ya no nombran a los fiscales de sus estados con la intención de que la justicia local deje de responder a las agendas del poder ejecutivo, por lo que ahora en varias entidades federativas el congreso del estado nombra a un fiscal por un periodo transexenal. El silogismo de construcción institucional es correcto, pero nuestra aplicación es deficiente. En el caso de Veracruz, al fiscal Jorge Winckler se le nombró en el periodo del gobernador panista Miguel Ángel Yunes, y se presume que es afín a esta figura de la política veracruzana. Desde la llegada a la gubernatura de Cuitláhuac García, los roces entre ambos han sido permanentes, con acusaciones públicas de corrupción e incompetencia cada vez que sucede algún hecho de violencia en el estado, que es muy seguido. Ahora, con organizaciones criminales demostrando que son capaces de cualquier atrocidad por conservar el poder que desde hace mucho le arrebataron a las autoridades formales, éstas siguen en búsqueda de culpar al otro de lo que pasó.
Este es un caso que lleva al extremo una actitud muy nociva que solemos tener en nuestro país: acá nadie se equivoca. Si usted ha trabajado alguna vez en cualquier oficina, sabrá de sobra que en el momento que aparece una equivocación en un trabajo en conjunto y se busca dónde se encuentra el eslabón que arruinó la cadena, lo primero que le va a contestar todo mundo es “no, de nuestro lado no fue, nosotros entregamos nuestra parte, yo creo que fue con los que siguen después de nosotros en el proceso”. Y la otra parte, sin duda, dirá lo mismo de sus acusadores. Y cuídense todos si ya existe una animadversión entre dos piezas de un equipo, porque buscarán exhibir los errores y mañas de su contraparte sin importar que eso en muchas ocasiones termina por arruinar el trabajo de todos.
¿Por qué funcionamos así? Porque en nuestra cultura el error no existe. Y esto pasa por que el que se equivoca se sabe condenado al castigo, y parece que no somos muy buenos para asumir las consecuencias de nuestros actos. Pero además porque el estigma de la equivocación será permanente. Por eso nadie admite que se equivoca, porque solemos hacer “leña del árbol caído”, como se dice popularmente. Por ejemplo, acá los políticos que han pedido disculpas se han hecho de vilipendios de por vida. El expresidente José López Portillo lloró en un informe de gobierno por las pifias de su gobierno que tuvieron dolorosísimas consecuencias económicas para el país, y a la facha cuando se le recuerda es para mofarse de ese episodio. Por otro lado, el también expresidente Gustavo Díaz Ordaz admitió en una entrevista que él era el responsable de la matanza de estudiantes en Tlatelolco en 1968, y todavía se dio el lujo de regañar al periodista que lo cuestionó porque, según su punto de vista, el país se hubiera acabado si no reprimen salvajemente a estudiantes desarmados. Básicamente, se declaró culpable de homicidio, y si bien se le recuerda con desprecio, es un objeto de burlas mucho menos recurrente que López Portillo. Porque Díaz Ordaz murió defendiendo que no se equivocó.
El grave problema en que nos mete este esquema es que pasamos más tiempo buscando dónde estuvo el error que en resolverlo. En otros lugares del mundo nos han demostrado que si la persona que comete el error lo admite y está dispuesto a purgar un castigo razonable por haberlo hecho, no tratará de esconderlo, porque eso lo llevaría a obtener un castigo mucho mayor. En algunos casos, incluso termina siendo el que aporta la solución. En otros países del hemisferio occidental las historias de redención son sumamente apreciadas. Al público en general le gusta ver cómo alguien que cometió un error, incluso que por algún motivo tocó fondo, admite su culpa, se disculpa, paga su pena y vuelve a llegar a donde estuvo antes a través del esfuerzo. Así ya no es tan difícil admitir el error. En Japón, por su parte, se ve como una actitud imperdonable no tener la suficiente valía para pedir una disculpa pública en caso de equivocarse. Por eso ellos desarrollaron el método de la calidad total y nosotros no. Y todo esto ayuda a que las soluciones aparezcan más rápido y se puedan dar de forma consensuada, con todas las partes aportando para la mejora del proceso y así la falla no se replique en el futuro.
Pero en México hemos decidido que preferimos tomarnos todo el tiempo disponible en buscar culpables para sacrificarlos, como si el error fuese a desaparecer con ello. Eso nos hace imposible determinar si el error estuvo en las personas, en el proceso o en el sistema en general. Nos gusta hablar de castigos ejemplares como sinónimo de determinación, cuando aplicar castigos justos es lo que hace que en un sistema no deseche a la gente por haberse equivocado. Decimos que todo mundo se merece una segunda oportunidad, pero en un lugar donde son escasas, parece que sólo hay una y hay que aferrarse a ella de por vida. Es por esto que seguiremos buscando errores y repartiendo culpas, mientras que los problemas se nos siguen acumulando inexorablemente. Parece que pedirles a dos funcionarios que no pertenecen al mismo grupo político que trabajen juntos como profesionales es una utopía. Por eso vivimos buscando al chivo expiatorio en vez de la manzana podrida. Y nuestros problemas los trataremos de resolver una vez que este ciclo interminable encuentre su fin.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com

Foto Scena Crimins