Nacional

Un patriotismo que mire al futuro: Ángel Dorrego

Un patriotismo que mire al futuro. Por Ángel Dorrego

Celebramos, como todos los años, el aniversario de la independencia de nuestro país. Decidimos como fecha de cumpleaños de nuestra nación aquella en que se inició el levantamiento que a la postre triunfaría en la emancipación del imperio español para formar un estado independiente, proclamado por un grupo de conspiradores cuya figura más notable era un sacerdote que, si bien fue expulsado de su profesión religiosa por estos actos, se ganó ser visto para la posteridad como el padre, en el sentido estricto del término, de una patria. Y es por eso que en estas fechas aflora nuestro sentido de pertenencia a una nación. No somos más nacionalistas, porque el nacionalismo es una posición política. Tenemos más sentimientos patrióticos porque la parte que habla de nuestra cultura y nuestra identidad es la que más aflora entre nosotros. Sin embargo, este patriotismo tiene muchas clases y manifestaciones. Vamos a dividirlas por el espacio y el tiempo. Por el espacio, hablaremos de nuestro nacionalismo introspectivo y global. O sea, cómo nos vemos nosotros mismos y cómo nos ve el mundo. Por el tiempo, vamos a dividirlo de forma somera en cómo vemos actualmente nuestro pasado en comparación de nuestra prospectiva del futuro.

Empecemos por lo interno. La mexicanidad que celebramos en estas fechas muchas veces se ve caracterizada por lugares comunes basados en una tradición que nos fue endilgada como folclor oficial en el siglo pasado. Estos lugares comunes nos hablan de comida típica, trajes típicos y bebidas típicas. A principios del siglo pasado, se hablaba por primera vez de un concierto internacional compuesto de estados soberanos en todas las regiones del planeta que se diferenciaban de sí mismos por asuntos que iban desde su cultura más profunda hasta su organización social más visible. Muchos países ya tenían los símbolos para distinguirse de los demás, como lo era tener una bandera, generalmente rectangular; un himno y otros fetiches que generaran identidad. Las banderas muchas veces terminaron pareciéndose a alguna otra de otro lugar del mundo que no tenía nada que ver con el primero. En nuestro caso, el lábaro patrio resultó igual al de Italia excepto por el hecho de que le pusimos un escudo en el medio. Los himnos en su mayoría son marchas hechas para interpretarse con orquesta, y cada quien dice que el suyo es el más bonito, sólo superado por el de Francia. Habrá que ver que hicieron los franceses para convencernos de que La Marsellesa es el mejor de los himnos.

Después pasamos a la época donde los países pasaron a buscar identidad a sus raíces, asunto encabezado por una muy joven nación alemana, que quería encontrar en una larga historia sin consolidar una nación, lo que era propio de su pueblo, o sea, su folclor. Y muchos países hicieron la misma búsqueda, incluyéndonos. Esta búsqueda terminó muchas veces con clichés históricos que tan sólo representaban partes de una cultura más amplia, como en nuestro caso, que decidimos que nos representaban los charros, los cuales existieron mucho más en el cine que en la realidad, además de reflejar a una clase terrateniente privilegiada y burguesa; el tequila, que si bien es una estupenda bebida, también tendríamos que ver como sus pares al mezcal y al pulque; o la música ranchera, que es sólo una parte de un eclecticismo cultural donde todas las regiones de nuestro país aportan su interpretación del mundo, que puede ir desde el son hasta el corrido, pasando por el huapango hasta llegar a géneros más contemporáneos basados en influencias extranjeras, como ha pasado desde el encuentro entre Europa y América.

Ahora pasemos a cómo vemos nuestro pasado. Nuestra actual visión histórica popular entiende a México como una especie de país venido a menos gracias a su corrupción, pero que en pasados remotos contó con héroes que han sido sacralizados por las tradiciones políticas de nuestros gobernantes. Desgraciadamente este discurso tiene severos tintes de dramática victimización, en la que el pueblo bueno se ha visto saqueado por personajes ladrones e irresponsables que son capaces de actos nefastos como vender medio país, permanecer en el poder por décadas a base de la represión o mantener al pueblo pobre e ignorante para seguirlo dominando. Se nos olvida muy fácil que un gobierno se mantiene en el poder debido a una amplia base de apoyo y una sociedad que puede tolerarlos siempre y cuando sus vidas no se vuelvan miserables. Y que en algunas cosas funcionan, haciéndonos partícipes de su ejercicio. Somos corresponsables, aunque nos queramos poner en la posición del tipo que va al psicólogo para culpar a sus padres de todos sus males.

Ahora pasemos a las contrapartes. Ya hablamos de cómo nos vemos a nosotros mismos, pero falta ver cómo nos ven los demás. No porque sea más importante, sino porque no podemos cambiar percepciones que no entendemos. Desgraciadamente, se nos ve como un lugar violento, lo cual no es una mentira. Somos el país del mundo donde más se asesina sin que exista una guerra civil de por medio. Sencillamente dejamos que nuestros problemas de seguridad pública rebasaran cualquier frontera controlable hasta volverse un asunto de seguridad nacional. Si bien esta violencia se encuentra focalizada en regiones específicas del país, es claro que el estado mexicano carece de una fuerza de respuesta suficiente para lidiar con ello. Por otra parte, aunque nosotros nos vemos como un país pobre debido a que más de la mitad de nuestra población vive por debajo de la línea de pobreza, en realidad somos un país rico. Cuando se juntan los 20 países más ricos del mundo (de más de 200), entramos sin problema a los invitados, a pesar de las exponenciales diferencias que tenemos con los primeros lugares. Sin embargo, nuestro problema es que nuestra riqueza está en muchas menos manos de las que debería, y no hemos logrado instrumentar políticas que cierren las brechas con las que nacimos, entre la opulencia más ridícula y la miseria más vergonzante. Pero también es de destacar que en la otredad de convivir con otras naciones y credos hemos visto cosas que de verás nos hacen únicos y especiales en nuestra cosmovisión, que van desde que aportamos a una Frida Kahlo que es inspiración para mujeres talentosas que tienen que luchar contra las taras de sociedades machistas y retrógradas, hasta la belleza y profundidad de nuestro Día de Muertos, el cual nos ha permitido enseñarle al mundo una manera diferente de lidiar con nuestra experiencia como seres vivos que inexorablemente dejaremos de serlo.

Dicho todo esto, lo que sigue es ver para el futuro, porque no tiene sentido ser patriota sólo para recuperar cosas que ya están ahí. Para que el vilipendiado sentido de espíritu nacionalista no se diluya en decir que estamos orgullosos de nuestro país por su biodiversidad, por sus playas, mares y selvas, por ser el lugar de nacimiento del chocolate y aguacate. O sea, puras cosas que hizo la naturaleza, no nosotros. Necesitamos utilizar lo mejor de lo que hemos construido hasta el momento para potenciarlo y reproducirlo con el fin de lograr una posición de prosperidad que permita a nuestra nación ser un lugar de sociedades que vivan y convivan en paz. Necesitamos invertir en educación, ciencia y tecnología; no para que todo mundo tenga indiscriminadamente títulos universitarios, sino que tengamos una fuerza capaz de crear proyectos productivos con valor agregado que genere empleos. Esto lograría que mucha más gente tuviera acceso a una vida digna a través del trabajo honesto y legal, en vez de la racional y fatal dicotomía de elegir entre una vida corta llena de lujos o una larga y llena de carencias. Y así poder construir una sociedad donde sea mejor cumplir con las leyes que brincárselas a conveniencia. Donde la seguridad se construya desde la protección a los ciudadanos con todos sus derechos y garantías, en vez de las pobres opciones de autoridades que abusan para ser efectivas o que se inhabilitan porque no saben hacer su trabajo bajo márgenes legales. Nos queda mucho por hacer, así es que hay que celebrar lo que hoy somos y lo que hemos hecho, para mañana dedicarnos a hacer una vida que aporte a hacer la nación que queremos, más allá de quién nos dirija. Y hagamos que ese patriotismo nos dure un año y no sólo un mes, aportando cada quien su granito de arena para dejar las cosas mejor de como las encontramos.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com

Foto Gobierno de México