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¿A dónde va la educación en México? por Ángel Dorrego

¿A dónde va la educación en México? por Por Ángel Dorrego

La semana pasada, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) mantuvo bajo asedio las instalaciones de la Cámara de diputados por desacuerdo en los términos en que se plantea una nueva reforma educativa que prometió terminar con la reforma educativa aprobada por la anterior administración federal, a la cual también se opusieron, y en esta ocasión acusan que en realidad no hay mucha diferencia entre ambas.

Y el debate público se ha referido en muchas ocasiones a asignación de presupuestos, qué institución los ejecuta y cuáles son los alcances y facultades de cada uno de los actores. ¿Es ése un debate educativo? No, es un debate en parte administrativo, pero, sobre todo, es un debate político; ya que las diferencias de fondo están en la participación e injerencia de los actores políticos en los recursos educativos, o sea, influencia y poder.

Por lo tanto, en nuestro país no estamos teniendo un debate acerca del futuro de la educación en nuestro país, sino acerca de quién hace qué y quién tiene derecho a supervisarlo. ¿Qué deberíamos estar debatiendo entonces? Primero deberíamos definir de forma clara qué clase de profesionales necesitamos formar para aprovechar las potencialidades económicas de nuestro país de tal forma que sus ciudadanos tengan la oportunidad de insertarse en el mercado laboral generando valor agregado que se derive en riqueza que permita la movilidad social, todo esto a través del acceso a la educación. Esto requiere un debate arduo, muchos acuerdos y una gran fuerza de voluntad; por ende, es bastante difícil, pero se complica más si no se inicia nunca.

El siguiente tema pasa por la forma de asegurar que la educación que se ofrezca tenga ciertos estándares de calidad, lo cual inevitablemente abarca, pero no termina, en los mecanismos para monitorear el trabajo magisterial. Desgraciadamente, sin tener todavía muchas cosas claras acerca de los distintos perfiles de egreso de los estudiantes, nos hemos empantanado en un debate entre la evaluación de los profesores por distintos medios, que incluyen los exámenes y castigan al reprobado, hasta el opuesto contrario en que la evaluación se hace de forma interna entre el gremio del magisterio mientras se capacita a aquéllos que no cumplan con los estándares. Y hay cantidades impresionantes de documentos que apoyan o fustigan en mayor o menor medida dichas posiciones.

Sin embargo, este debate es insano pues es muy difícil determinar qué clase de profesores necesitas si no has decidido cuáles son los conocimientos, habilidades o competencias que esperas de la gente que pasará por sus aulas, aunque es claro que es necesario determinar mecanismos que nos indiquen qué tan bueno es el desempeño de aquéllos que operarán en campo el sistema educativo. Lo malo es que ambos bandos han dedicado la mayor parte de su tiempo a señalar las falencias de sus adversarios y muy poco a generar propuestas que reflejen esfuerzos conjuntos entre distintos actores que vayan más allá de un grupo específico. Por un lado, hemos tenido instituciones que han vendido a la evaluación educativa más allá de sus propios alcances, mientras que, lejos de generarla por cuenta propia mientras se crean cuerpos con conocimiento y operación propia, la compran a terceros que la elaboraron en estándares muy inferiores a los que sus propios métodos profesan. Por el otro, gremios magisteriales que lo único que alcanzan a proponer son evaluaciones endógenas, o sea, plantean de fondo que sólo ellos puedan evaluarse porque sólo ellos saben su trabajo. Esto suele tener consecuencias negativas en cualquier cuerpo institucional, ya que quien se evalúa solo suele aprobarse. Y en una democracia es un contrasentido que no haya una rendición de cuentas que pondere equilibrios institucionales que permitan ofrecer resultados creíbles y verificados para la sociedad. Además, pretenden que aquellos que no cumplan con un estándar mínimo se les capacite y reintegre a su labor sin mayores consecuencias. ¿A quién de nosotros nos gustaría que nos atendiera un médico que ha sido reprobado por su pares y las autoridades de salud, pero que ya mandaron a estudiar de nuevo? En resumen, lo que deberíamos de tener es un mar de propuestas acerca de cómo elevar la calidad de la educación y de sus operadores de forma fehaciente y verificable, venga de quien venga la propuesta, y llegar a acuerdos conjuntos.

Una vez hecho esto, por fin podríamos hacer planes acerca de cómo transformar lo que tenemos en lo que queremos, “tropicalizando” propuestas y dándoles sentido para llegar a objetivos específicos que podamos evaluar, en el mejor sentido de la palabra, con el fin de que las personas que pasan por nuestro sistema educativo reciban lo que se les prometió al ingresar a una escuela para mejorar su vida en distintos ámbitos. Pero mientras, seguimos debatiendo quién es el malo de la película en un esquema educativo pobre, ineficaz, ineficiente, inequitativo y que aun así se resiste a cambiar. Mejor ya empecemos por el primer paso.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com