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Hidalgo y sus enigmáticas haciendas pulqueras

Hidalgo – Recorrido por las haciendas pulqueras

Más de cien haciendas hidalguenses que alguna vez se dedicaron a la producción comercial de tan deliciosa bebida, las ha consolidado como pulqueras, forman un conjunto majestuoso, sin duda, uno de los más llamativos en arquitectura porfiriana. Se yerguen solitarias en valles y laderas de una región en forma de triángulo centrada en los llanos de Apan y cuyos vértices serían Pachuca, Tulancingo y el límite sur con el estado de Tlaxcala. pulqueras pulqueras pulqueras 

La elaboración del pulque en Hidalgo favoreció el desarrollo de estos conjuntos arquitectónicos a finales del siglo XIX. Algunos de ellos aún conservan vestigios coloniales en sus cascos y capillas. La zona de haciendas pulqueras, de hecho, abarca igualmente partes de Puebla, Tlaxcala, Estado de México y Querétaro, pero el grueso de la producción comercial desde hace siglos lo ha dado Hidalgo. En consecuencia, tres cuartas partes de las haciendas se encuentran también en esa entidad.

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El México de los Recuerdos

Estas haciendas resguardan en sus altivos muros varios mundos perdidos, muchos Méxicos de antaño. Se cree que la fermentación del aguamiel se inició hacia el 6500 a.C.

Muchas de las haciendas tienen sus orígenes en la Colonia y no es raro descubrir en ellas, detrás de grandiosas fachadas porfirianas, encantadoras capillas con portadas platerescas del Siglo XVI o barrocas del XVIII. Sin embargo, el auge de las haciendas mexicanas -entre ellas, las pulqueras- es más bien obra del México de fines del Siglo XIX. Los bajos costos del cultivo del maguey en las tierras pobres de los llanos de Apan, sumados al abaratamiento del transporte con el tendido de vías férreas, propiciaron el esplendor de las haciendas pulqueras tras la caída del Segundo Imperio.

Los pueblos mesoamericanos veneraron al pulque como una bebida sagrada. Su producción y consumo perduró durante el Virreinato y ganó cierto terreno en el Siglo XVIII. Aparte, conquistó el gusto de todos los grupos de la nueva sociedad.

El México porfiriano es, desde luego, el más prominente en las haciendas. Ignacio Torres Adalid, Patricio Sanz, Manuel González son algunos de los nombres que se barajan cuando se habla de sus antiguos dueños. Sus retratos aún decoran algunas paredes. Fue la que llamaron con sarcástica agudeza La aristocracia pulquera, y que, como toda aristocracia, habitó en palacios. Porque las casas principales de las haciendas suelen ser eso, verdaderos palacios.

Arquitectura de Primer Nivel

Ése es el detalle que hace de las haciendas edificaciones admirables. En sus casonas señoriales se expresó el genio ecléctico de los arquitectos de aquellos años.

El gusto europeo y los estilos antiguos resucitados por la Bella Época, se dan cita en ellas. Ventanas ojivales y torres neorrománicas suelen ser tan frecuentes como vasos ornamentales afrancesados o columnas de tipo griego.

En muchas de esas construcciones, dicen, se pasea el fantasma de Antonio Rivas Mercado, el famoso autor de la columna de la Independencia en el paseo de la Reforma. Su fina mano transformó Chimalpa, Tecajete, San Bartolomé de los Tepetates y Espejel, entre otras haciendas.

Claro, las haciendas son algo más que casas. No falta nunca la capilla, centro de la fe de hacendados y peones, donde suele desplegarse lo mejor del arte. Otro elemento típico son las murallas y los torreones.

El dicho de que “Europa tiene castillos y México, haciendas” es cierto, sobre todo, para este rumbo. Muchas haciendas estuvieron protegidas por esos torreones de múltiples almenas y aspilleras, pero en Hidalgo son omnipresentes.

pulqueras

Pero lo peculiar de la región son los tinacales, salones amplios y de altos techos donde se tenían las tinas de fermentación y se vaciaba el pulque en los barriles para su traslado al ferrocarril. Hoy casi todos están abandonados. Ellos fueron el centro de la pintoresca cultura pulquera. Las trojes están en algunos casos monumentales, porque entre las hileras de magueyes siempre se dejaba un espacio que ocupaban otros cultivos. También sobreviven apacibles jagüeyes -pozos de agua- y las calpanerías o casas de los peones son a veces inmensos.

Es cierto que en todo México hay cascos centenarios y que muchos de ellos son también de gran belleza. Pero aquí abundan ejemplares formidables.

Considerado como conjunto, tal vez sólo Yucatán compita con Hidalgo por sus haciendas, pero Hidalgo está a sólo una hora en automóvil de la Ciudad de México: el esplendor porfiriano a la vuelta de la esquina.

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