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Los Estados Unidos no nos escuchan/ Ángel Dorrego

Los Estados Unidos no nos escuchan/ Ángel Dorrego

El pasado fin de semana ocurrieron dos matanzas masivas por atacantes solitarios en nuestro vecino inmediato del norte, Estados Unidos. La primera fue en un súper mercado en El Paso, Texas, ciudad que colinda con Ciudad Juárez en su frontera con México. Fueron asesinadas 22 personas, entre ellas 18 de origen latino, 8 mexicanos entre ellos. Esta tendencia se debe a que el autor de la masacre es un supremacista blanco. La otra fue en Dayton, Ohio, donde 9 personas fueron asesinadas antes de que el atacante pudiese ser abatido por las autoridades. Esto, desgraciadamente, se ha vuelto común en la súper potencia. De hecho, exceptuando el año 2001, este tipo de eventos reportan más víctimas que el terrorismo extranjero en su territorio. Por decirlo en términos simplistas, se matan más entre ellos que lo que lo hace el temido y estereotipado terrorismo islámico.

Sin embargo, la matanza en El Paso llamó particularmente la atención en nuestro país debido a dos motivos: primero, que fuera un evento en el que murieron connacionales y gente con raíces mexicanas. La segunda radica en que el atacante hizo esta selección de víctimas de forma intencionada, quería (en su precario entendimiento de las sociedades) defender a su nación de la invasión hispana. Lo que hace este hecho perturbador para nosotros es que su discurso no dista mucho, si es que dista algo, de las expresiones y conceptos que son repetidos con regularidad por el presidente de aquella nación, Donald Trump. Y en estos momentos que ya inició su campaña por la reelección, los repite todavía con más frecuencia, incluso con mayor intensidad retórica. Desde el punto de vista de México, parece que este trastornado joven llevo a la acción las imprudentes palabras del mandatario de su país. Y me parece que, por lo menos, hay algo de atino en esa afirmación.

Para este punto, todos los comentaristas políticos de primera línea en México han hecho sus comentarios, y sus coincidencias con respecto al tema son sumamente notorias. Sus análisis han sido guiados por la razón y los argumentos. Nos han explicado muy bien el origen, naturaleza e incluso la solución a este fenómeno. Lamentablemente, esto se quedará en México. Porque a los estadounidenses simplemente no les interesa lo que nadie opine al respecto. Que si a un joven con un trastorno mental no detectado se le vendió un arma de asalto. Pues para ellos algo falló en un proceso que no debería. Que el atacante es un abierto xenófobo imbuido en la ideología de la supremacía blanca. Dirán que no todos los racistas son violentos, y que algo de verdad hay en sus dichos. Que su presidente es el primero en azuzar ese tipo de ideología. Dirán que representa la manera de pensar de muchos estadounidenses (obviamente blancos). Que esto es sumamente irresponsable por el eco que puede tener en mentes que llevan el maniqueísmo al extremo. Pues entonces argüirán que para eso está la ley, para que cada quien se haga responsable de sus actos. Que es absurda la facilidad con la que, en muchos Estados del país que se robó el nombre de su continente para sí mismo, se puede conseguir armas de alto calibre. Entonces dirán que las armas no matan gente, que la gente mata gente. Me gustaría que ésta última frase fuese una exageración de mi parte, pero no lo es. Es el eslogan más recurrente de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), organización con una capacidad de lobbing e influencia política que ha construido y destruido carreras políticas enteras a través de patrocinios directos y bases de apoyo probadas. Su nivel de poder como corporación en la política estadounidense sólo rivaliza con el de la industria farmacéutica.

Aunque no todos los sectores de la vida política y social de los Estados Unidos están de acuerdo en la venta tan abierta de armas, el dominio por parte de los que lo ven como un derecho inalienable es absoluto. Entendámoslo con la comparación con el pensamiento político de nuestro país con respecto al petróleo. Es un valor entendido que el petróleo es de los mexicanos. Cualquier cosa que plantee un esquema distinto, sobre todo si en algún lado huele a privatización, es considerado como una especie de traición a la patria. Lo mismo los estadounidenses con respecto a la posesión de armas para uso individual. Ven la limitación o prohibición de tener armas como un intento para debilitarlos como sociedad y país, para quitarles su historia y libertades ganadas. Historia y libertades para los blancos, por supuesto. Es por eso que las cosas no van a cambiar, por lo menos en el corto plazo. En 2002, el documentalista Michael Moore lanzó Bowling for Columbine (Masacre en Columbine le pusieron en español), un magnífico ensayo cinematográfico en el que reflexiona acerca de los dos jóvenes de la citada ciudad que se compraron un arsenal para asesinar a cuantos compañeros de su escuela les fuera posible. En él desarma todas las justificaciones de la NRA para culpar de la violencia a todo menos las armas, incluso exhibe la pobreza de respuestas del presidente de la asociación en esa época, el actor Charlton Heston. Y poco ha cambiado.

Tal vez lo único que cambié en esta época con respecto a este tipo de ataques, ya comunes en los Estados Unidos, son los motivos de la perpetración. Nos encontramos en un momento histórico que el sociólogo Immanuel Wallerstein denomina como crisis del sistema-mundo. Un momento donde se ha caído a pedazos el prestigio de las instituciones, valores y creencias que predominaron en nuestra civilización desde el término de la Segunda Guerra Mundial; sin que se haya encontrado todavía un sistema que apunte hacia la paz y la estabilidad en nuestro entorno global. Es en estos momentos de incertidumbre, en que los problemas se vuelven más complejos y las soluciones más escurridizas, en que las voces que aducen a la simpleza del maniqueísmo, de ver todo blanco o negro, como una lucha del bien contra el mal en términos absolutos; aparentan ser los únicos con cierta claridad para leer las circunstancias y, por lo tanto, solucionarlas. Lo fácil de entender lo hace creíble para aquellos que sienten que perdieron algo en algún lado, pero carecen de las herramientas de conocimiento y análisis para comprenderlo. Entonces únicamente hay que darles un enemigo. Como Hitler hizo con los judíos. Y eso terminó en una tragedia para un pueblo y una vergüenza para un país.

Analistas de todo el orbe han coincidido que si bien en todos lados hay xenofobia, personas con trastornos mentales y agoreros del odio, la diferencia de los Estados Unidos radica en que sólo ahí se les vende un arma sin hacer muchas preguntas. Porque ellos aman las armas, y su producción y venta es un negocio enorme. Como para quejarse de la violencia que padecemos en México al mismo tiempo que les venden armas a los que acusan de violentos. Sin embargo, todo indica que esa tendencia no va a cambiar. Y tampoco la cada vez más abierta xenofobia de los estadounidenses hacia afrodescendientes, hispanos y practicantes del islam. Trump ha hecho de eso su bandera por la reelección, y es probable que le dé la victoria a través de una minoría mayoritaria como la blanca que es, por mucho, privilegiada y más influyente que otras corrientes sociales en la auto proclamada tierra de la libertad. Y entonces la gente seguirá matando gente… usando armas, por supuesto.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com

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