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No buscan destituir a Trump, sólo quieren denostarlo

No buscan destituir a Trump, sólo quieren denostarlo

Ángel Dorrego.- El presidente de los Estados Unidos de América (EUA), Donald Trump, se encuentra a punto de ser llevado por la Cámara de Representantes de su país a un juicio político con fines de destitución debido a la presunta petición de apoyo que le hizo por vía telefónica al en ese momento recién electo presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, para que investigará al hijo de Joe Biden por su participación en empresas energéticas con sede en ese país. Biden se perfila para ser el rival de Trump por parte del Partido Demócrata en las próximas elecciones presidenciales, y el hecho de que se busque mermarlo con el apoyo de un gobierno extranjero constituye una violación a las leyes estadounidenses, y de casi cualquier estado, pues supone que se está promoviendo la injerencia de un país extranjero en la política interna de la nación.

De concretarse, ésta sería la tercera ocasión en que un presidente de los EUA es llevado a juicio político, y en las dos ocasiones anteriores el presidente terminó conservando su cargo. Esto sin contar que Nixon estuvo a punto de llegar a esa instancia de no haber renunciado. El mecanismo para destituir a un presidente en nuestro vecino del norte consiste en que la Cámara de Representantes, equivalente a la cámara baja, o la Cámara de Diputados si quiere encontrar a su equivalente mexicano, toma las pruebas para determinar si el presidente cometió un delito, para después analizarlas. Entonces se lleva a una votación en la cual, si una mayoría simple (la mitad más uno) determina que hay elementos para enjuiciar al presidente, entonces se aprueba el proceso que será ejecutado por la cámara alta, la de los senadores. En esta instancia se requiere que dos terceras partes de este cuerpo colegiado vote por la destitución del presidente para que esto suceda. Sin embargo, si bien la cámara baja tiene una mayoría de representantes demócratas, que bien podrían ganar la votación solos, la Cámara de Senadores tiene una mayoría republicana que sería muy difícil de superar, ya que tendría que converger que varios de ellos votaran contra el presidente emanado de su partido.

Vale la pena hacer un breve recuento de algunos rasgos de los casos anteriores con el fin de comprender un poco mejor por qué se busca iniciar un proceso que en realidad es muy difícil que le quite su oficina en la Casa Blanca a Trump. El primer caso fue en el siglo XIX con el presidente Andrew Johnson, quien se libró de la destitución por sólo un voto. Eso fue en los EUA primigenios que apenas buscaban constituirse como país próspero, no la primera potencia mundial que conocemos hoy. El siguiente caso corresponde al presidente Richard Nixon que, si bien no llegó al juicio político, le costó su cargo. Nixon se encontraba en el segundo periodo de su mandato después de reelegirse en una cerrada elección. Su prestigio en el cargo ya era magro en ese momento, sobre todo entre la población joven de los EUA, debido a la extensión innecesaria, infructuosa, inhumana y salvaje de la Guerra de Vietnam. Tanto que abrió su segundo periodo terminando la guerra y acercándose a países que antes veían como enemigos. Pero después vino una filtración de un informante anónimo del gobierno que facilitó datos a la prensa que comprobaban que la convención demócrata de las elecciones anteriores, realizada en el Hotel Watergate de San Francisco, California, había sido espiada desde el gobierno para obtener una ventaja electoral. En resumen, Nixon ocupó el aparato oficial para espionaje de su rival electoral, por lo que refrendó la presidencia haciendo trampa. Ante el tamaño del escándalo y la contundencia de los indicios, ni los legisladores republicanos estaban dispuestos a apoyar a su presidente. Si iban a juicio, Nixon sería destituido, así que prefirió evitar la vergüenza. En 1974 se dio la única renuncia que ha tenido el cargo de presidente de los EUA. Pero en el caso de Trump, ni el caso es tan grande, ni la evidencia tan escandalosa, y ya no hablemos de la temeridad irreflexiva con la que suele actuar el actual mandatario estadounidense.

Pasemos entonces al caso de Bill Clinton, que es el que más puede encontrar paralelismos con el actual. La presidencia del ex gobernador de Arkansas fue una bocanada de aire fresco para los demócratas. Un presidente con buen historial académico y político, identificado con los jóvenes de fin de siglo pasado, y que tanto en su propuesta electoral como en su actuar en la presidencia se dedicó a dinamizar y hacer crecer la economía y el empleo, a diferencia de sus dos antecesores republicanos que entendían que los problemas de la época se debían a la falta de moral y de valores, cosas que buscaban reforzar con políticas que resultaron inoperantes y absurdas. La frase de campaña de Clinton a esto fue “es la economía, estúpidos”. Su gestión fue lo suficientemente exitosa para lograr la reelección sin mayores sobresaltos. Fue entonces que se presentaron declaraciones y testimonios que lo acusaban de tener una relación extramarital con una joven becaria de la Casa Blanca llamada Monica Lewinsky.

Clinton fue llamado a declarar con respecto al caso, y negó haber tenido una relación impropia con Lewinsky. Sin embargo, después aparecieron pruebas, que incluían fluidos corporales, de que había existido dicha relación en plena oficina oval. El entonces presidente de los EUA no fue acusado por este asunto en sí, sino por haber mentido bajo juramento en su declaración, lo cual es un delito en el sistema judicial estadounidense. Los republicanos lo llevaron a juicio con sus votos en la Cámara de Representantes, pero estuvieron lejos de lograr la destitución. Eran tiempos más simples en que los Estados Unidos encontraban su mayor problema en la vida íntima del presidente. Pero los saldos de este caso son relevantes: Clinton perdió mucho de su popularidad al quedar como infiel con su esposa y mentiroso ante la sociedad, incluso cuando se disculpó públicamente con ambos; Monica Lewinsky se convirtió en la mujer más denostada y víctima de burlas en el mundo por haber cometido el error de involucrarse con su jefe a los 22 años, aunque no fue la primera ni será la última que le pase; y la más importante de todas, que el vicepresidente de Clinton, Al Gore, perdió por un dudoso y apretado margen la elección presidencial en la que compitió con George Bush Junior. El escándalo, no sabemos en qué medida, mermó la popularidad de la administración de Clinton y la puso bajo escrutinio, haciendo que las posibilidades de los demócratas de continuar en la presidencia se viera reducida. Al final, el juicio no sirvió a los republicanos para destituir al presidente, pero sí para ganarles las siguientes elecciones.

Por eso me parece que este caso es el más cercano al que se pudiera vivir en el futuro cercano. Los demócratas en el Congreso deben saber perfectamente que lograr la destitución de Trump es tremendamente difícil. Por eso creo que no es eso lo que quieren. Se acaban de encontrar con pruebas fehacientes de que su presidente pidió a un mandatario extranjero intervenir en la política interna de los EUA. Si logran ir a juicio político, se presentarán pruebas, la cobertura mediática será enorme y, si todo sale bien, podrán hacer dudar al electorado estadounidense del patriotismo de Trump, que es una de las cosas de las que más presume últimamente el empresario inmobiliario, además de ser un tema sensible para los grupos y votantes que lo apoyan. Esto justo a un año de las elecciones presidenciales, por lo que se espera que Trump haga su campaña bajo el flagelo del juicio político. Es una apuesta arriesgada si consideramos que el actual presidente es alguien que jamás perdería en el juego de la gallina (en el que dos coches se dirigen hacia un barranco y pierde es que se arrepienta primero de caer al vacío) o eso le gusta aparentar, pero que sin duda es capaz de mover cualquier recurso, legítimo o no, con tal de no verse derrotado. Pero parece que para los demócratas es lo que hay que hacer con un individuo con el que han fracasado las fórmulas tradicionales. Sólo esperemos que Trump no queme el mundo con tal de tener la razón.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com

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